“Cuando yo tenía diecisiete años
todavía había (...) tierras comunales. El pobre podía sembrarlas,
y sacaba la leña y los matojos, recogía esparto y también podía
hacer carbón y carbonilla. También podía cazar perdices o liebres,
o cualquier otro animal, de tal manera que, aunque conocía la
pobreza no sabía lo que era el hambre. Hoy en día todas esas
tierras se han convertido en dominios privados, y el pobre, si no
tiene trabajo, se muere de hambre, y si coge alguna cosa que no le
pertenece, va a parar a la prisión. (...)”
Carta de un campesino