“Señores
diputados: ha llegado por fin el día objeto de mis más ardientes
deseos, de verme rodeado de los representantes de la heroica y
generosa Nación española y en que un juramento solemne acabe de
identificar mis intereses y los de mi familia con los de mis Pueblos.
Cuando
el exceso de los males promovió la manifestación clara del voto
general de la Nación, oscurecido anteriormente por las
circunstancias lamentables, que deben borrarse de nuestra memoria, me
decidí desde luego a abrazar el sistema apetecido, y a jurar la
Constitución política de la Monarquía sancionada por las Cortes
generales y extraordinarias en el año 1812. Entonces recobraron, así
la Corona como la Nación, sus derechos legítimos, siendo mi
resolución tanto más espontánea y libre, cuanto más conforme a
mis intereses y a los del Pueblo español, cuya felicidad nunca había
dejado de ser el blanco de mis intenciones, las más sinceras […].
Así
como pertenece a las Cortes del reino consolidar la felicidad común
por medio de sabias y justas leyes y proteger por ellas la Religión,
los derechos de la Corona y de los Ciudadanos, así también toca a
mi dignidad cuidar de la ejecución y el cumplimiento de las leyes y
señaladamente de la fundamental de la Monarquía, centro de la
voluntad de los españoles y apoyo de todas las esperanzas. Esta será
la más grata y la más constante de mis ocupaciones. Al
establecimiento y conservación entera e inviolable de la
Constitución consagraré las facultades que la misma Constitución
señala a la autoridad real y en ello cifraré mi poder, mi
complacencia y mi gloria…”