“El
día 19 de marzo amaneció en Cádiz nublado. Un violento temporal
azotó la ciudad. Pero el amplio programa que para festejar la
proclamación se había preparado se cumplió estrictamente. Por la
mañana los miembros de la Regencia, acompañados por los embajadores
de las potencias aliadas, jefes militares, grandes de España y de
cuantas personas gozan de relieve en la ciudad, van en comitiva desde
la Aduana –sede de la Regencia—hata la Iglesia de San Felipe
Neri, donde ya estaban reunidos los diputados. En la puerta se unen
todos en un vistoso conjunto. Los nubarrones amenazan inquietantes;
el viento sopla huracanado. El deseo general es que la lluvia no
estropee la brillantez del acto. La víspera, D. Cayetano Valdés,
que presumía de meteorólogo como buen marino que era, había hecho
un vaticinio: no lloverá. Alcalá Galiano, que aunque no marino era
gaditano, fijándose en los nubarrones que había en la desembocadura
del Guadalquivir, que coincidían con otros situados sobre el
castillo de San Sebastián, afirmó que el temporal era inevitable
[…]
El
itinerario que ha de recorrer la comitiva está cubierto por las
tropas; el público se aglomera en las estrechas aceras. Regentes,
diputados y demás personalidades toman por la calle de Santa Inés
hasta la de la Torre que cruzan camino de la calle de Linares […]
La comitiva llega, por fin, a la iglesia del Carmen. Uno de los
diputados, el obispo de Calahorra, oficia la misa y entona el Te
Deum. Muy cerca de la iglesia, uno de los árboles cae abatido por el
viento; la llovizna se transforma enseguida en aparatoso aguacero. El
pueblo, que espera la terminación de los actos en la puerta del
templo, corre a buscar refugio. En la mente de todos queda flotando
un pensamiento: mal comienzan las cosas. El mismo Alcalá Galiano nos
dirá: Hubo entre quienes lo presenciaron alguien que, por vía de
burla, calificase tal incidente de funesto agüero en cuanto a la
suerte del código objeto de aquella festividad. Resulta después que
no era necesario ser adivino, sino solo sagaz para vaticinarlo.
Por
la tarde, a las cuatro, hora bien temprana si se tiene en cuenta que
en Cádiz era costumbre comer a las tres, estaba anunciada la solemne
promulgación. Decía la orden de plaza: “La Regencia de las
Españas, en consecuencia al decreto de las Cortes del 14 del
corriente, por el que se puso a su cuidado el aparato y solemnidad
con que debía publicarse la Constitución, ha resuelto que se
verifique en los cuatro puntos siguientes: 1º, cerca del real
palacio de la Aduana; 2º, en la plazuela de la Verdad; 3º, en la
plaza de San Antonio y 4º, en la plazuela de S. Felipe,
construyéndose en cada uno de ellos un tablado al efecto, sobre el
que se colocará un dosel con el retrato del Sr. D. Fernando VII.
Este acto será precedido por el Sr. Gobernador de la Plaza, dos
Ministros de la Audiencia Territorial, a elección del Regente, y
cuatro regidores diputados por el Ayuntamiento, con asistencia de
cuatro reyes de armas de los cuales el más antiguo leerá en voz
alta la Constitución;: dando fe de todo el secretario de acuerdo de
la Audiencia y el escribano mayor del Ayuntamiento, que también
asistirán…”
Solís,
Ramón, El Cádiz de las Cortes.
Barcelona, Plaza y Janés, 1978, pp. 279-281.