"¡Cuán
sensible ha sido a mi corazón la muerte de mi caro hermano! Gran
satisfacción me cabía en medio de las aflictivas tribulaciones,
mientras tenía el consuelo de saber que existía, porque su
conservación me era la más apreciable. Pidamos todos a Dios le dé
su santa gloria, si aún no ha disfrutado de aquella eterna mansión.
No
ambiciono el trono; estoy lejos de codiciar bienes caducos; pero la
religión, la observancia y cumplimiento de la ley fundamental de
sucesión y la singular obligación de defender los derechos
imprescriptibles de mis hijos y todos mis amados sanguíneos, me
esfuerzan a sostener y defender la corona de España del violento
despojo que de ella me ha causado una sanción tan ilegal como
destructora de la ley que legítimamente y sin alteración debe ser
perpetuada.
Desde
el fatal instante en que murió mi caro hermano (que santa gloria
haya), creí se habrían dictado en mi defensa las providencias
oportunas para mi reconocimiento; y si hasta aquel momento había
sido traidor el que lo hubiese intentado, ahora será el que no jure
mis banderas, a los cuales, especialmente a los generales,
gobernadores y demás autoridades civiles y militares, haré los
debidos cargos cuando la misericordia de Dios, si así conviene, me
lleve al seno de mi amada patria, y a la cabeza de los que me sean
fieles.
Encargo
encarecidamente la unión, la paz y la perfecta caridad, No padezca
yo el sentimiento de que los católicos españoles que me aman,
maten, injurien, roben ni cometan el más mínimo exceso.
El
orden es el primer efecto de la Justicia; el premio al bueno y sus
sacrificios, y el castigo al malo y sus inicuos secuaces, es para
Dios y para la ley; y de esta suerte cumplen lo que repetidas veces
he ordenado."
Abrantes,
1 de octubre de 1833 Carlos María Isidro de Borbón.